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Xantolo El significado del Día de Muertos en la Huasteca

Actualizado: 22 dic 2023

Día de Muertos 2023

Por Mara Eugenia Calvo y Alejandra Nettel (Noviembre 2023)


Considero que cada mexicano tiene una relación única con el Día de Muertos y, por ende, una historia personal que compartir, por ello exhorté a María Eugenia Calvo, compatriota a la que respeto y aprecio, a que compartiera su historia personal del Día de Muertos con ustedes, historia que en su momento me hiciera sentir, meditar y aprender lo que es este día en la vida de otras personas. Espero disfruten sus palabras. Alejandra Nettel – Coordinadora de Industrias Creativas - RdTM – NL.

XANTOLO


Hoy quiero escribir sobre la persona que me enseñó a amar el día de muertos, o más específicamente, la fiesta huasteca del Xantolo, que viene de la voz latina Santorum, es decir Todos Santos.


Se llamaba Felipa y era la cocinera de la casa de mis tías, en un pueblo pintoresco enclavado en la Huasteca Hidalguense.


Felipa era pequeña, de voz aguda y humor extrovertido. Al sonreír mostraba sin rubor sus dientes con caries. Era indígena, hablaba náhuatl o mexicano, como ellos lo llaman. Desconocía su edad, no sabía leer y hablaba muy bien español como segunda lengua.


Siendo muy joven Felipa huyó de los golpes de su padre y llegó a trabajar a casa de mis abuelos como pilmama de la hija más pequeña y se quedó a vivir con la familia.


Felipa se enamoró una vez de un soldado y se fue con él. Al poco tiempo regresó a la casa con la tristeza en el corazón y el recuerdo en el vientre. De ahí nacería su hijo Eduardo. La historia se repitió años después con otro hombre y nació Alberto.


Los niños se criaron en casa de mis abuelos. Tristemente Lalo nació con una malformación en el corazón que le cobraría la vida prematuramente. Beto corrió con menor suerte aún. Nació con un problema de desarrollo y falleció antes de cumplir los tres años de edad.


No recuerdo cuándo vi por primera vez a Felipa, pero ella afirmaba alegremente que me había cargado cuando yo era “ansinita”, mostrando una mano a 30 centímetros de la otra. El mismo orgullo le provocaba decir que había cuidado a mi madre (la hija menor de la familia) y hablaba de mis abuelos como si ellos aún vivieran. Yo no me podía hacer una idea clara de su edad. Sus historias y sus canas vaticinaban cien años, pero su voz y su candidez eran las de una adolescente.


A veces salíamos juntas al mercado. Cuando veíamos un perro callejero (que había muchísimos) solía recordarme que había que tratarlos bien, pues “son los perros quienes lo acompañan a uno a encontrar el camino para llegar al lugar de los muertos” me decía.


La cocina de Felipa se erigía frente a la casa principal. Estaba hecha de adobe y techo de palma. Por dentro tenía piso de tierra y paredes negras de tizne. En una esquina, sobre una estructura de adobe a 60 cm de altura, estaba el brasero. El fuego delimitado por cuatro grandes piedras y sobre ellas un comal. En la pared a dos metros de altura se abría una ventila por la que escapaba el humo que la leña despedía al quemarse. Al lado izquierdo del fogón se abría la única ventana de la cocina y debajo de ella se extendía una mesa de trabajo con el molcajete, la tortilladora y otros enceres. En el suelo descansaba el metate.

De las trabes del techo colgaban unas canastas donde proteger el pan y otros alimentos del paso irremediable de las cucarachas de tierra caliente y los ratones de campo.


Al otro lado del fogón había una cómoda grande y sobre ella una colección de imágenes de santos. San Martín de Porres, San Martín Caballero montado en su caballo y entregando la mitad de su capa a un hombre desnudo, el sagrado corazón de Jesús y San Antonio de Padua. Pero la imagen más grande y querida era la Virgen del Carmen de mi abuela. Mi abuela que era devota de la virgen y le había legado esa devoción a su cocinera. Felipa me explicaba que ella era consagrada Carmelita al tiempo que sacaba su escapulario de la virgen del Carmen atado al corpiño, me lo enseñaba, lo besaba y lo volvía a acomodar en su regazo.


Frente a todos los santos estaban las fotos enmarcadas de sus hijos. Felipa tomaba los cuadros entre los brazos, los besaba y me platicaba sobre ellos. Todos los días al entrar a trabajar en la cocina, prendía una veladora.


Dentro de la cómoda, Felipa guardaba celosamente frascos de compotas y conservas que se habrían de utilizar el 2 de noviembre. Había en el solar (o patio) de la casa de mis tías un árbol enorme de mangos criollos. Felipa se paraba a mirar los mangos caer y romper las tejas del techo de la casa. Se alegraba de ver los frutos un poco rotos por el golpe, pues con ellos haría el dulce de mango que habría de guardar para su Lalo y su Beto, cuando vinieran en Xantolo.


Sólo un año de mi vida pude asistir al Xantolo en Huejutla. Ese año las tías finalmente habían convencido a Felipa de ir al dentista y su sonrisa se mostraba repleta de dientes perfectamente alineados. Una “sonrisa Colgate” que retiraba de su boca cada vez que comía frijoles de la olla usando la tortilla como cuchara. “¡Estos dientes me lastiman, má!” Me decía mientras masticaba la tortilla con las pocas muelas que le quedaban.


La belleza de la fiesta de Xantolo es tan rica que no se podría describir en este escrito. Baste con saber que la cómoda de la obscura cocina cobraba vida y se vestía de colores y olores. Felipa colocaba un mantel blanco bordado debajo de los santos y las fotos de sus hijos y solo por esa ocasión incluía las fotos de mis abuelos. Ponía flores de cempaxúchitl, cresta de gallo y nube, que así llaman a las flores blancas pequeñitas. Mandaba colocar un arco hecho con las cañas de azúcar con todo y sus largas hojas, marcado en el centro con una corona hecha de un fruto tropical y colgaba del arco frutas y más flores.


En el altar también había candeleros de barro con forma de perritos con velas de cera de abeja, una por cada difunto; un sahumerio y un platito con copal. “Las ánimas deben tener sed”, me decía y colocaba un vaso de agua y sal para purificar. Había también un plato reservado para el “ánima sola”, aquella que no tenía quien la recordara.

Poco antes del día primero de noviembre se comenzaban a cocinar en la casa tamales de diferentes tipos. De picadillo y de puerco en salsa roja envueltos en hoja de plátano o piltamales de caxtilán (una especie de frijol negro, redondo y pequeño) cocidos en hoja de maíz. Tamales de elote y piltamales de dulce.


Se preparaban moles como el pascal que se come con chayote; bocoles, panes de dulce con mantequilla y chocolate de metate. Las conservas se servían en platos y se colocaban frutos y flores del huerto.


El 1 y 2 de noviembre, a lo largo del día se iban presentando en el altar los platos del desayuno, la comida y la cena para los difuntitos.


Felipa se ponía un vestido nuevo, se iba al panteón donde escuchaba la misa, disfrutaba de la música de viento y los danzantes y regresaba a la casa con cuarenta años menos, joven y fresca charlando con su Lalo y cargando a su Beto. Saludaba a doña Meche y se reía con mi abuela. Se sentaba frente al altar con ellos, les servía chocolate con pan y les contaba lo que había pasado ese año en el pueblo. Rezaba un ave María y regresaba a la charla. Así pasaba el resto del día hasta que obscurecía. Entonces apagaba las velas y el copal. Acariciaba las fotos se despedía amorosa y cerraba la cocina.


Al día siguiente recogía el altar y se tomaba un buen baño para quitarse los aires de muerto que se le hubieran podido pegar en el panteón. Entonces encontraba algún fruto en el huerto y se decía “con este haré un dulce y se lo guardaré a mi Lalo, ahora que venga para Xantolo”.


María Eugenia Calvo

Noviembre 2023.


María Eugenia Calvo tiene vocación de educadora. Por quince años recorrió pueblos y comunidades rurales de México, siempre en búsqueda de diferentes visiones del mundo, dejándose asombrar por la diversidad de nuestra tierra.

Confía en la capacidad del ser humano de transformar su realidad a través del autoconocimiento y el diálogo con el otro. 

Es maestra del método Feldenkrais y cofundadora del Proyecto Tule, cuyo fin es promover la cultura mexicana y el español fuera de nuestras fronteras.



¿Qué es Xantolo?

La fiesta de Xantolo es una celebración ancestral y colorida que tiene lugar en la región de la Huasteca Potosina e Hidalguense, México pero se celebra en diversos lugares al rededor de todo México. Se lleva a cabo a finales de octubre y principios de noviembre, coincidiendo con la festividad cristiana de Día de Muertos o de todos los Santos, como bien lo ha descrito María Eugenia Calvo en su bello texto, durante Xantolo, las comunidades indígenas honran a sus seres queridos fallecidos, combinando tradiciones prehispánicas con elementos católicos. Las festividades incluyen altares adornados con flores, frutas, comida, y objetos personales de los difuntos. Además, se realizan procesiones, danzas (o comparsas), música y representaciones teatrales que reflejan la creencia en la continuidad de la vida después de la muerte en cada pueblo que se visita. Esta celebración no solo es un tributo a aquellos que han fallecido, sino también una ocasión para fortalecer la identidad cultural y comunitaria de la región, destacando la riqueza y diversidad de las tradiciones mexicanas.


Aquí les compartimos un par de fotos de un viaje reciente para ilustrar un poco la experiencia de visitar la huasteca (ya sea Hidalguense o Potosina) en épocas de Xantolo.



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